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La tragedia de Armero y la niña Omaira Sánchez.
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La avalancha de Armero
Noviembre 13 de 1985
Por: José Eduardo Rueda Enciso.
Cuando
Belisario Betancur se posesionó como presidente de Colombia afirmó: "No se
derramará ni una sola gota de sangre durante mi gobierno". Pese a sus buenas
intenciones, lo que no sabía el nuevo mandatario era que, además de la fuerte arremetida
del M-19 y la consolidación de la violencia generada por el narcotráfico, la naturaleza
aportaría su arremetida a la trágica historia de Colombia: el jueves santo de 1983 un
terremoto casi arrasó con Popayán y el 13 de noviembre de 1985, a las 11:30 de la noche,
una avalancha del río Lagunilla, ocasionada por la erupción del volcán Arenas del
nevado del Ruiz, borró del mapa a Armero, la más importante ciudad del norte del Tolima,
que dejó un saldo de 26.000 muertos (el 65% de las muertes ocasionadas ese año por
desastres de la naturaleza), 20.611 damnificados y heridos, muchos de ellos mutilados y
gravemente afectados, por no decir que derrumbados psicológicamente, e incalculables
pérdidas económicas (4.400 viviendas, 19 puentes, $1.400 millones del comercio). Era la
tragedia de mayor magnitud en la historia de Colombia.
Con anterioridad a 1985 se
habían presentado erupciones en 1595 y 1845, y en ambas oportunidades hubo avalanchas de
aguas fétidas y calientes por el río Lagunilla, que nace en el flanco noreste del
nevado, y a cuya orilla se ubicaba la desaparecida Armero. Las poblaciones de Ambalema,
Anzoátegui, Cambao, Chinchiná (la más perjudicada después de Armero), Guarinocito,
Guayabal, Honda. Lérida, Líbano, Mariquita, Murillo, Santuario y Santa Isabel fueron
afectadas; los gases, el humo y las cenizas se levantaron hasta 15 km de altura y
provocaron cambios climáticos en la zona central del país (por ejemplo, 25 mil
hectáreas de papa del altiplano cundiboyacense fueron cubiertos por la ceniza proveniente
del volcán) y alteraciones ecológicas en el 60% del país; el caudal del río Magdalena
creció de forma vertiginosa.
El símbolo humano de la
tragedia fue Omaira Sánchez, una niña armerita residente en el barrio Santander, de 13
años, que quedó atrapada entre rocas y ladrillos y que agonizó durante sesenta horas en
el fango, víctima de la gangrena gaseosa. Gracias a las crónicas del periodista Germán
Santamaría, Omaira se convirtió en el símbolo mundial de la peor tragedia ocasionada
por un volcán en este siglo; durante el tiempo que sobrevivió habló con periodistas y
socorristas y constantemente envió un mensaje de fe y esperanza.
Luego de la tragedia, los
centenares de cadáveres recuperados fueron sepultados en fosas comunes para prevenir
posibles epidemias. Comenzó el proceso de reubicación de los damnificados en Guayabal,
donde se erigió una alcaldía militar, Ibagué, Lérida, Venadillo, Ambalema y Cambao,
donde se construyeron barrios para acogerlos. El gobierno se vio obligado a declarar la
emergencia económica y contó con la ayuda de agencias internacionales y la solidaridad
nacional e internacional. Pero los programas de reubicación nunca tuvieron el cubrimiento
ni la efectividad esperada, teniendo en cuenta las millonarias donaciones y partidas
presupuestales de las que se habló. Armero, declarado Campo Santo, fue visitado por el
papa Juan Pablo II en 1986, y durante un tiempo se convirtió en lugar de romería y
saqueo.
La tragedia pudo haberse
evitado. Desde octubre de 1984 existía la advertencia de una eventual erupción; en
diciembre de 1984 se presentaron fumarolas, clara evidencia de lo que se gestaba. Entre
febrero y octubre de 1985, técnicos de Ingeominas acompañados por geólogos
norteamericanos trabajaron en la zona y elaboraron un mapa preliminar de riesgo
volcánico. El 24 de septiembre de 1985 el representante de Caldas, Hernando Arango
Monedero, adelantó un debate en la Cámara a cuatro ministros sobre el peligro; muchos no
le creyeron y fue considerado como un sensacionalista. Fue una tragedia anunciada, que
sirvió para que la toma del Palacio de Justicia, ocurrida la semana anterior, pasara a un
segundo plano en las noticias.