Los toros en Cartagena
Cartagena de Indias, punto estratégico y paso obligado al continente
durante la época colonial y ciudad de marcados ancestros hispánicos,
no podía ser indiferente ni escaparse a su temprana afición
por la fiesta de los toros. Entre 1761 y 1770 el rey Carlos III concedió
permiso al gobernador de Cartagena, marqués de Sobremonte, para
que se realizaran festejos taurinos. Sin embargo, sólo a finales
del siglo pasado se realizaron Las primeras corridas en la ciudad con toreros
de algún renombre y cuadrillas organizadas. Y fue en 1894 cuando
se levantó el primer circo de toros en la ciudad, inaugurado por
José González «Torerín», quien con su cuadrilla
se convirtió en el primer diestro en pisar las arenas del informal
coso taurino. Corta fue la historia de la plaza Torerín, y hacia 1905 se
construyó otra más confortable bajo la dirección de
los prestantes señores cartageneros Julio Filontras y Manuel Martelo
Jiménez, inaugurada por los toreros «Gorete» y Angel
García Padilla, quien más tarde cimentó su cartel al viajar
a Bogotá y actuar con éxito en las plazas de Chapinero y
de San Diego.
Dos toreros calan hondamente en la afición
y colman la crónica taurina en esta segunda plaza de Cartagena:
Sebastián Rivero «Chaleco», venezolano, y Manuel Mejías
«Bienvenida», figura señera del toreo, fundador de la
dinastía más extensa de la historia, pues seis de sus hijos
vistieron el traje de alamares. El «Papa Negro», que era también
el remoquete de «Bienvenida», ya en el ocaso de su larga carrera
toreó en Cartagena con éxito muchas tardes, la mayoría
alternando con el popular Chato «Alcalareño» en la lidia
de los toros semisalvajes («cuneros») que traían de
los playones del San Jorge y el Cauca. En la citada plaza, que se podría
llamar «Bienvenida», torearon además, dejando buen ambiente
y cartel, el legendario torero gitano Rafael Gómez «El Gallo»,
Manuel Rodriguez «Manolete», padre del glorioso «Mónstruo
de Córdoba», Rufino San Vicente «Chiquito de Begoña»
y el famoso Gallito de Lima, peón de confianza de «Bienvenida».
La plaza de toros La Serrezuela se contruyó gracias a la afición
y conocimientos de Fernando Vélez Daníes, su propietario, abuelo
del ganadero de Aguas Vivas Jaime Vélez Piñeres. La capacidad
de la hermosa Serrezuela, en la que se destacan sus arcos mudéjares,
es de 4.000 espectadores y tiene el atractivo de ser acabada totalmente
en madera. Fue inaugurada el día 17 de mayo de 1930 por el torero
malagueño Bernardo Muñoz «Carnicerito» y por
el mexicano José Ramírez «Gaonita», quienes lidiaron
un toro de pura casta española de Sotomayor llamado Indiano, y tres
toros criollos de Fernando Vélez Daníes. Tres años más
tarde, para celebrar el cuarto centenario de Cartagena, se lidió
una corrida de toros de media casta en la que actuaron los diestros Antonio
Garcia «Maravilla» y Pepe Amorós. Por el ruedo de La
Serrezuela pasaron toreros de gran tronío: José Roger «Valencia
II», Cayetano Ordóñez «Niño de la Palma»,
Domingo Ortega, quien fue empitonado y corneado en una de las mejores faenas
realizadas en La Serrezuela; Felix Rodríguez, que dejó grandes
amigos en la Ciudad Heroica. Con esta placita no han podido ni el comején
ni la carcoma, y mucho menos el desenfreno. Ahí está, con
sesenta y cinco años encima y adornando como histórica reliquia
la ciudad amurallada.
La plaza de toros Cartagena de Indias, la actual monumental, fue inaugurada
el día 1º. de enero de 1974. Presidió la corrida el
presidente Misael Pastrana Borrero y en ella se dieron toros de Vistahermosa
para los diestros Joselillo de Colombia (empresario y pionero de la construcción
de la plaza), Francisco Ruiz Miguel y Antonio José Galán
. Esta monumental, con todas las comodidades, magníficos corrales,
amplio patio de caballos y cuadrillas, es la única en el mundo con
doble callejón, uno para invitados especiales, gente de prensa y
radio, y otro exclusivamente para toreros y cuadrillas. Alberto Borda Martelo,
novillero en su juventud y amante de la ciudad, llevó los destinos
de la plaza y organizó la Feria de Cartagena, en la que los mejores
diestros, como «El Niño de la Capea», José Mari
Manzanares, Palomo Linares, José Antonio Campuzano, Julio Robles,
Pepe Cáceres, Jorge Herrera, «El Cali», «, El Puno»
y Dámaso González han dejado lo major de su arte y sapiencia
torera.
Se han celebrado temporadas feriales bajo el auspicio de la Corparación
Cartagena de Indias, con la presidencia de Ernesto Angulo, con magníficos
resultados. Roberto Domínguez, Dámaso González, «Joselito», Victor Méndes, «El Soro», Manzanares, José Ortega Cano, Juan Mora, Fernando Cepeda, Jairo Antonio Castro, «Gitanillo de America», «El Cali», César Rincón, Jaime Gonzélez
«El Puno», el rejoneador Andrés Vélez, entre otros, han conformado con éxito los carteles cartageneros .
Los toros en Bogotá
Tan sólo nueve días después del 20 de julio de 1810, día de la independencia, se celebró la primera corrida republicana. En efecto, el día
29 hubo misa de gracias con gran solemnidad y en la tarde corrida de toros
con mucha alegría y regocijo. Con motive de la instalación
del Congreso, en la tarde de los días 23,24 y 25 también
hubo toros, que fueron breves, y en la noche iluminación.
Finalizando el año de 1811, el 24 de diciembre, tuvo lugar la
elección de presidente del Estado en propiedad, designación
que recayó en Antonio Nariño, quien de paso diremos era muy
aficionado a los toros. Al dia siguiente, de pascua, se lidiaron toros
magníficos, función que se repitió el día 27
amenizada por la banda de sargentos y cabos de Milicias. El advenimiento
de 1812 fue celebrado con gran pompa: casi todos los habitantes de la ciudad
salieron con máscaras de variadísimos y muy curiosas invenciones.
Los enmascarados se reunieron y en gran comparsa, unos a pie y otros a
caballo, fueron a correr toros por las calles como era la costumbre. El
21 de enero de 1815 Simón Bolívar se hizo cargo del ejército
patriota y a pesar de que los bogotanos no estaban muy contentos, el día
22, que fue domingo, se celebró un gran festejo taurino, destacándose
los jinetes sabaneros que competían valerosamente con los osados
toreadores de a pie. Después de gran inquietud en la ciudad, el
26 de mayo de 1816 entró el pacificador Pablo Morillo, y su presencia
en Santafé increíblemente fue celebrada con una corrida de
toros en su honor, el día 30, con la que festejaban su cumpleaños.
Durante el tiempo que Morillo estuvo en Bogotá se jugaron muy pocos
toros. La llegada del virrey Sámano pasó casi inadvertida a los
ciudadanos, pero no sucedió así con el casamiento de Fernando
VII, y la ciudad celebró fastuosas fiestas con las más ruidosas
y emocionantes corridas, que principiaron el 30 de abril de 1817 y terminaron
el 8 de mayo, presididas por el regidor Lorenzo Marroquín de la
Sierra.
Después de la Batalla de Boyacá, el 7 de agosto de
1819, se reanudo la tradicional costumbre de celebrar los acontecimientos
importantes, tanto en el orden civil como en el religioso, con corridas
de toros. En estos festejos prevalecía nutrida asistencia ya que
indudablemente eran el espectáculo preferido. Las fiestas se iniciaban
en la parroquia Las Nieves, continuaban en Santa Bárbara y terminaban
en San Victorino, para lo cual se aprovechaba la plazoleta del mismo nombre,
hasta que por orden del gobierno se implantó la costumbre, a partir
de 1846, de celebrar el 20 de Julio como aniversario de la proclamación
de la Independencia en la Plaza Mayor, hoy Plaza de Bolívar.
Pero solamente el año de 1890, llegan a Santafé las verdaderas
corridas de toros, organizadas con toreros profesionales y a la usanza
española, vistiendo sus vistosos trajes de luces, con cuadrillas
organizadas de banderilleros subalternos. A estas alturas, ninguna referencia
tenían los bogotanos de los maestros Romero de Ronda y de Costillares,
de Pepe Hillo, ni del magistral Francisco Montes «Paquiro»;
y mucho menos de la existencia de aquel coloso que por entonces enloquecía
a los aficionados peninsulares, Rafael Guerra «Guerrita». Pero
les llegó la fiesta. Para que actuara la cuadrilla de los matadores
Rafael González «Clown», Rafael Porra «Cara de
Piedra», Julián González «Regaterín»
y Julio Ramírez «Fortuna», se construyó rápidamente,
en madera, la primera plaza de toros circular que tuvo Bogotá. Se
levantó en el lugar denominado Huerta de Jaime y se llamó
La Bomba, esquina sur occidental de la calle 10 con carrera 15, hoy Parque
de Los Mártires. En esta misma plaza y terminada la guerra de Los
Mil Días (1902), actuaron los espadas Tomás Parrondo «Manchao» y Serafín Greco «Salerito», a quienes acompañaban los banderilleros «Salamanquino» y «Chapurrano» y los capeadores «Fortuna» y Ramón Garcia «Chaval», quienes impresionaron gratamente a Los incipientes aficionados.
Entre l890, cuando se construyó la Plaza de La Bomba, y 1931
cuando se erigio la Plaza de Toros Santa María, funcionaron en la
capital diecinueve plazas de toros más o menos estables en distintos
sectores de la ciudad. Pero fue en febrero de 1931 cuando se cumplió
el gran anhelo de don Ignacio Sanz de Santa María de entregar a
la afición de Bogotá una gran plaza de toros, además
de cristalizar la mayor aspiración de su vida, la fundación
de una ganadería de casta española en la sabana de Bogotá,
lo que consiguió plenamente. En medio de un entusiasmo desbordante,
el domingo 8 de febrero de ese año pisan por primera vez las arenas
del coso de San Diego y por orden de alternativa, los diestros españoles
Manolo Martínez y Solaz «El Tigre de Ruzafa», Angel
Navas «Gallito de Zafra» y Mariano Rodriguez «El Exquisito»,
seguidos de sus cuadrillas de banderilleros y picadores. Dos expectativas
más animaban el ambiente: el debut de Mondoñedo, ganadería
de casta española que pastaba en la hacienda La Holanda, fundada
el 13 de octubre de 1913 por Ignacio Sanz de Santa María, como ya
lo anotamos, con procedencia del conde de Santa Coloma, encaste de la más
rancia solera; y, además, se practicaría por primera vez
en Bogotá la suerte de varas.
La corrida inaugural, que presidió el presidente Enrique Olaya
Herrera, no contó con el éxito esperado, lo que sí
aconteció durante las once corridas restantes de la temporada inaugural.
Mariano Rodriguez, el novel espada sevillano, impresionó por su
arte y finas maneras de interpreter el toreo. Veintiuna corridas en total
comprendió la temporada durante los meses de febrero, agosto y diciembre.
Fuera de Mariano Rodriguez, se destacaron los diestros Julián Sáiz
«Saleri II», Pepe Iglesias, «Alcalereño»,
José Cabezas y con un sonado triunfo Juan Luis de la Rosa, quien
fue fusilado por los falangistas a principios de la guerra civil española.
Para finales de la temporada, en su tercera etapa, la empresa movilizó
desde España a Cayetano Ordoñez «Niño de La
Palma», primera figura de relieve que pisó el ruedo de San
Diego; y como prueba de su maestría y clasicismo, ahí quedó
la apoteósica corrida de despedida. El gran Cayetano se encerró
con seis toros de Mondoñedo y su actuación difícilmente
podrá ser superada: aún es motivo de recordación por
los aficionados.
Sesenta y cuatro años de su fundación cumple en este mes
de febrero la hermosa y morisca Santa María, conmemoración
suficiente para rendirle un breve y evocador homenaje. En realidad, la
primera gran figura del toreo que actuó en Bogotá fue el
gran diestro de Borox, Domingo Ortega, torero de dominio magistral y conocedor
profundo del arte de lidiar reses bravas, que cautivó en su debut,
en febrero de 1938, con su poder y su magnificencia. Su presencia coincide
con dos hechos sobresalientes: el debut de la ganadería de Venecia,
propiedad de doña Clara Sierra, y la presentación de Domingo,
Pepe y Luis Miguel, los famosos Dominguines, quienes en sucesivas temporadas
se hicieron los amos de Bogotá, especialmente Luis Miguel. Sucesivos
hechos de relevancia registra el historial de la primera plaza del país,
la Santa María: al «torero de seda» Antonio «Bienvenida»,
le correspondió reinaugurar la plaza, es decir, la nueva fachada
que hay luce, considerada como una de las más hermosas en su estilo.
Fue ordenada por el alcalde Carlos Sánz de Santa María, la
elaboración de los planos estuvo a cargo del arquitecto español
Santiago de la Mora, y la obra fue ejecutada por el arquitecto Miguel Hartmann
Perdomo. Para redondear la temporada, la presencia de Conchita Cintrón,
la «diosa rubia del toreo», como le decían, se robó
el corazón de Bogotá. Siete tardes consecutivas y de apoteosis
cumplió en una inenarrable gesta taurina.
El siete de abril de 1946, Manuel Rodriguez Sánchez «Manolete»,
figura señera de la torería, hace el paseo en medio de ensordecedora
ovación para cumplir un debut histórico y de antología,
la faena a Rosquetero, de Mondoñedo; las dos orejas, el rabo y la
pata del ejemplar le han sido entregadas al diestro andaluz. Dos tardes
más cumple El Califa, al lado de Carlos Arruza «El Ciclón
mexicano», que impresionó por su prestancia y valor. Complementaron
los carteles los diestros Gitanillo de Triana, Jesús Solórzano
y el peruano Alejandro Montani, que fueron ovacionados.
Regresa a la Santamaría Luis Miguel Dominguín, para cumplir
al lado de un artista del toreo por excelencia: Antonio Ordóñez.
las dos figuras del momento fueron cabeza de cartel en memorables temporadas
a la altura de Las plazas de más renombre en el mundo taurino. La
temporada de 1956 se abre con lujoso cartel para conmemorar las bodas de
plata de la plaza. El resultado es un acontecimiento memorable, a pesar
de los graves desórdenes de ingrata recordación durante el
régimen del general Gustavo Rojas Pinilla, que, sin embargo, no
lograron ensombrecer la aclamación y el resonante triunfo de César
Girón, Damaso Gómez y Manuel Jiménez «Chicuelo».
Para el debut de Pepe Cáceres el 9 de febrero de 1958, la Santa
María se quedó pequeña. Colombia y la autorizada afición
bogotana sabían que estaban ante un torero de quilates. Llamó
poderosamente la atención la presencia de Paco Camino «El
niño sabio de Camas», el 29 de enero de 1961, al lado de Luis
Miguel Dominguín y de Jaime Ostos. Sin embargo, la verdad sea dicha,
las dos faenas magnas de la temporada fueron Las de Pepe Cáceres,
a quien le otorgaron el trofeo oficial de la Alcaldía.
E1 1° de diciembre de 1964 nos llega el tremendismo en su mayor expresión
y con un nombre que hizo época: Manuel Benitez «El Cordobés».
Su indiscutible personalidad fue todo un espectáculo; el celebrado
diestro castellano Santiago Martin «El Viti» debutó
en febrero de 1965, lidiando una corrida española de doña
María Montalvo, casta Parladé, que por su bravura facilitó
el éxito del gran torero y de sus alternantes. Corrida «goyesca»
para conmemorar los 50 años de la inauguración de la plaza:
Pepe Cáceres, Sebastián Palomo Linares y José Mari
Manzanares lidiaron una corrida bien presentada, pero de limitado juego
para los espadas, del hierro de Vistahermosa.
La década de los 80 está aún fresca en la retina y el sentimiento de la calificada afición capitalina, pero es preciso destacar la labor de diestros
de valia que pisaron nuestras arenas: el maestro Antonio Chenel «Antoñete» y José Mari Manzanares adoptaran a un novel espada bogotano que venía precedido de justificada expectativa y con augurios de grandeza:
nos referimos a César Rincón, la tarde del 8 de diciembre
de 1982. Descuellan en la década diestros que con su prestancia
y virtuosismo dejaron en la afición un sentimiento de admiración:
Francisco Rivera «Paquirri», José Cubero «El Yiyo»,
José Ortega Cano, Roberto Domínguez, José Miguel Arroyo
«Joselito», Juan Antonio Ruiz «Espartaco», Emilio
Muñoz, Victor Mendes y Juan Mora.